hermosa, unos hijos fantásticos, amigos, dinero.... Creía en Dios. El demonio, un día, al verle, subió a donde estaba Dios y le dijo: -Hombre, Job ya puede creer en tí, con la vidorra que lleva. Así, cualquiera, macho. Si no tuviera tanta felicidad, otro gallo le cantaría.
Dios le contestó:
- Vale, te dejo que le fastidies al máximo con una condición: no le mates.
Total, que el demonio se puso a la faena y la hizo de cine.
El pobre Job se quedó sin nada: sin dinero, sin amigos, sin mujer y sin hijos.
Pero, cabezón él, seguía creyendo en Dios.
El demonio, alucinaba en todos los colores, claro está.
Y se fue a donde estaba Job y le dijo:
-Tío, estás hecho polvo, te han jorobado al máximo, tu vida es una porquería, y aún crees en Dios ¿Cómo es eso?
Y Job, contestó:
Dios me ha creado, y no tengo motivo para quejarme. Lo que Dios me da, Dios me lo quita. Glorificado sea el Señor.
El demonio (no lo dice la Biblia pero es lógico) se quedó a cuadros con la respuesta. Y por una vez en su vida, no tuvo contestación.
Moraleja: No sólo hay que creer en Dios cuando las cosas nos van bien. También cuando nos vayan de pena penosa.
Esto lo estoy viviendo yo en mi propia piel. Y no sé bien por qué, pero mi fe no ha disminuido en lo más mínimo, sino más bien al contrario.
No soy Job, y me quejo mucho, la verdad.
Pero es que lo de Job es una fábula y yo soy real. Lástima