El mundo en mis manos

Nuestra filosofía de vida, a través de este hermoso texto

La vida es un instante que pasa y no vuelve. Comienza con un fresco amanecer; y como un atardecer sereno se nos va. De nosotros depende que el sol de nuestra vida, cuando se despida del cielo llamado “historia”, coloree con hermosos colores su despedida. Colores que sean los recuerdos bonitos que guarden de nosotros las personas que vivieron a nuestro lado.

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jueves, 9 de abril de 2020

recuerdos de la infancia 2: excursiones

Sigo, ya que, en esta cuarentena me ha dado por recordar, con mi niñez y juventud.
Hoy toca hablar de excursiones varias.
Mi padre tuvo unos cuantos coches, casi todos de segunda mano. No los cuidaba (tampoco su aseo personal, decía que se duchaba todos los jueves, los jueves santos/o sea hoy/). Entre que fumaba y que el coche estaba sucio, era un sitio ideal para irse por ahí.

Pero éramos niños, y nos daba igual.

Mi padre era aficionado a las setas, y las excursiones era a montes y campos varios para ir a recogerlas.
Tengo unos cuantos sitios memorables. Uno, en Orozco, al que ibamos mucho.

Había una presa y nos bañábamos allí con el súper flotador de rueda.

En esa época teníamos a Tim (por Timoteo, el de los Cinco) nuestro setter inglés. Técnicamente son acuáticos. La verdad es que no le gustaba mucho el agua. Y no nadaba, apoyaba las patas traseras en el suelo y las delanteras las movía. Parecía un barco a vapor del Mississippi.
Yo debo de tener una querencia por los espíritus libres. Mi perro actual es uno. Y Tim era uno. Las carreras detrás de él eran espectaculares.

Cuando ibamos a Orozco, mientras mi padre se perdía tras los montes, ibamos a un sitio donde había un riachuelo. Allí metíamos la gaseosa.
Las dos hermanas mayores tomábamos el sol, y los pequeños jugaban.
Montábamos batallas de agua. El agua del riachuelo estaba helada, y claro, los pequeños perdían todas las batallas. Recuerdo a mi hermano Patxi llorando.
Recogíamos helechos, poníamos un hule y lo usábamos para hacer pino puente y demás .

Mi perro Tim, aprovechaba para robarnos la ropa y huir monte arriba. Era especialista.
Un día, se fugó tras una oveja. Estaba el perro, la oveja y el río. Y mi padre diciéndome a mí que cogiera el bicho. Cosa difícil.

Las excursiones había que verlas. Nada de cinturones ni airbags ni nada de nada. Culo delante, culo detrás.

Otro sitio al que ibamos, era Altube. Y allí había una gran campa, y un río que hacía una curva muy chula.
Un buen día, había como rocas grises. Mi hermana Begoña dijo: Vamos de excursión. Y se hundió hasta los muslos de lo que era, en realidad fango.
Mi hermana Arantza pensó que a gatas se solucionaría. Y consiguió manguitos grises gratis. Mi madre se reía.

Otas de las veces nos íbamos con amigos por ahí. Y por ahí, mi perro Tim organizaba de las suyas. Un día se rebozó en mierda, y se dedicó a pasearse entre los domingueros, para horror de mi padre.

Teníamos una abuela en una residencia. En realidad era una bisabuelastra. Pero ese nombre es horroroso. Ella se casó 3 veces y cuando llegó a una edad, decidió ir a la residencia. Se llamaba la abuela Anita. Y estaba en una residencia en Portu.
Y ahí fuimos con Tim. Y si este bicho no la organiza, revienta. Se escapa campa abajo, nosotros detrás, nos caemos, todo un espectáculo.

Yo tenía un hermano subnormal profundo y estaba en una residencia en Bermeo. Y

ahí íbamos nosotros. La carretera tiene badenes estupendos. Ibamos cantando la de los payasos: El viajar es un placer...
También concursábamos sobre el color de los coches. O mirábamos las  nubes y decíamos qué nos parecían.

Mi hermana mayor era siempre la sensata y yo la cabra. Ella siempre más patosa, mamaíta patas largas.
Jugábamos en los montes a indios y a vaqueros. Montábamos unos tipis estupendos de ramas y demás..

Las excursiones (no eran viajes, desde luego) eran divertidos. Una de las veces, se le rompió el cable del acelerador del coche. Y mi padre, cogió una cuerda y aceleraba desde la ventanilla. A todos nos hizo gracia, menos a mi hermana mayor, que ya estaba en la edad tonta.

Otro sitio es Zollo, que tiene un hermoso frontón. Y por ahí, creo que había champiñones. Y mi recuerdo es mi hermana pequeña, enfadada con todo el mundo: con el perro, con sus hermanos y con todo lo habido y por haber.

El único viaje real fue a Ponferrada, por una herencia de mi abuela. Y fuimos mi padre, mi madre  y yo.
Y en mitad de la estepa castellana, con un frío que cortaba, se rompe la correa del ventilador y nos quedamos tirados. Pasaban coches, y nada, y pasa uno de Vitoria y nos ayuda.  Nos dijo que cerca( era una recta infinita y yo o veía ningún pueblo) había un pueblo y nos arreglarían la dichosa correa.

Yo también tuve mi temporada tonta. En mi caso odiaba (y los sigo odiando) los bichos. Y en los montes, los hay a patadas. Y basta que los odies, para que ten vengan todos a tí. Y yo histérica a grito pelado, tratándome de quitar el bicho de turno.

Cuando tuve edad suficiente, decidí que ir por setas no era lo mío. Porque hay más setas malas que buenas. Y tirarse toda la mañana para coger 4 setas, no me va. A mi me gusta comerlas.

Mis hermanos varones continuaron (y continuan) en la faena. Yo sospecho que ciertos huevos con chorizo animaban mucho a mis hermanos a acompañar a mi padre. Si hay recompensa mañanera, te animas más.

Pocas veces recuerdo yo acompañar a mi padre de motu propio al monte. Si recuerdo en el Gorbea que había níscalos (rebollones se llaman en otras partes) para aburrir. Un día feliz. Me encantan los níscalos.

Mi hermana mayor tiene en Carranza un caserío. Y una de las veces que fuimos (mi padre no iba ni a tiros) fuimos a por setas. Mayormente hay galampernas, que a mi, ni fu ni fa. Total que me dice mi cuñado: ¡Mira, detrás del tocón! Y si, si había algo: un faisán que salió revoloteando. Pensé: ya tenemos la cena.


Os cuento que hubo una temporada en que había champis en plan avalancha y mi padre los traía día si y día también. Y acabé odiándolos. Os confirmo que se me ha pasado ya la tirria y que me encantan.

De todo este pasado micológico, me queda mi afición a ir a la montaña, a comer setas. A mi me gusta la montaña para patear, para oler, para respirar. Y si hay fósiles, mejor. Y si hay algún castillo o algo en la punta de la susodicha montaña, mejor aún.

Y ahora, os cuento otra cosa: Ayer me llamó el primo tío, o tío primo (aún no sé como llamarlo) al móvil. Jobar ¡qué ilusión me hizo!. Estuvimos una hora al móvil. Se llama igual que mi marido. El nombre ideal, jajajajaa.
Estoy contenta.