El mundo en mis manos

Nuestra filosofía de vida, a través de este hermoso texto

La vida es un instante que pasa y no vuelve. Comienza con un fresco amanecer; y como un atardecer sereno se nos va. De nosotros depende que el sol de nuestra vida, cuando se despida del cielo llamado “historia”, coloree con hermosos colores su despedida. Colores que sean los recuerdos bonitos que guarden de nosotros las personas que vivieron a nuestro lado.

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lunes, 31 de agosto de 2020

3 horas ni más ni menos

Ayer, estaba yo de charla con mi marido, recordando cuando éramos pequeños.

Coincidimos poco porque nuestras infancias fueron totalmente diferentes. Yo crecí en una casa con muchos hermanos  y la diversión estaba asegurada. Mi marido con un sólo hermano. La diversión ya era menor.

Pero coincidimos en una cosa. Los dos vivíamos cerca del mar (dos mares distintos, pero mar a fin de cuentas). Y nos acordamos de las penalidades del no poderse bañar hasta pasadas las 3 horas. Daba igual si habías comido fabada o ensalada. 3 horas a esperar. Ni diez minutos antes ni cinco ni dos. 3 horas justas.

El caso es que, cuando ya vas a la playa solo, te das cuenta de que no hace falta tanto tiempo. Y eso que en el Norte el agua está heladita, y hay más riesgo de corte de digestión.

Ya entrados en temas de nuestra infancia, recordamos los coches. Dirección resistida (y esto hasta hace un suspiro), ni abs, ni barras laterales de seguridad, ni airbag ni cinturón de seguridad.
Nosotros con la familia que éramos, para entrar en el coche usábamos el culo delante, culo detrás. Y el perro en el maletero. Parecíamos la troupe del circo.
Mi marido recuerda que iban los dos hermanos, el padre, la madre y los trastos de playa en una moto. Eso es equilibrismo y no lo del circo.
Me cuenta mi marido, que cuando su padre se compró un coche, él no quería dejar la moto, por mucho que su padre trataba de convencerle de las ventajas del coche.

Más cosas de la infancia, cuando nos decían que era mejor el aceite de girasol o de soja. Y en ambas casas se usaba más porque lo decían.
Siguiendo en temas alimentarios, las espinacas y Popeye, que me martirizaron de niña y acabé odiando este alimento.
El azúcar, que decían que fortalecía los huesos, y todo el mundo a endulzarnos.

Supongo que todas estas campañas a favor de un alimento u otro proceden de la necesidad de colocar excedentes de producción.

Siguiendo con el tema alimentario: Antes los yogures eran de fresa, chocolate o naturales. Ahora los hay de todos los sabores, texturas, sin lactosa, con lactosa, ligth, no ligth, con fruta, sin fruta etc etc etc

Supermercados, pues en mi pueblo el Spar, que aún he visto que está. Era el famoso ultramarino. Más tarde llegaron los supermecados de las cadenas. Los centros comerciales en Euskadi llegaron muy tarde.El Bilbondo es de 1990 En Valencia llegaron bastante más pronto (1976 Alfafar)

Ahora los niños y adolescentes son de mantequilla. Yo recuerdo que mi madre ni se alteraba cuando llegaba a casa con la rodilla hecha un asco o con un chichón en la cabeza. Me miraba, tiraba de alcohol y mercromina, y arreando que es gerundio.
Ahora es difícil que pase esto, porque están más tiempo en las maquinitas que en la calle. Y en todo caso tendrán esguince de dedo.

Las medicinas antes...Y las inyecciones. Tuvieras lo que tuvieras, inyección al canto. Yo me metía debajo de la cama cuando venía el practicante.
Y los jarabes que sabían a cuernos envinagrados, nada de sabor a fresa o naranja.
Los médicos no eran simpáticos y en mi pueblo el médico era pediatra, médico y lo que se terciara. Acongojaba, recuerdo yo. Pánico a los médicos y a todo lo que oliera a alcohol.

Llegamos a los estudios. Mis primeros años de escolarización fueron en un colegio donde se cantaba el himno nacional. En pie y mirando a Franco, claro. Allí fue el único lugar donde había castigos físicos. Al que no siguiera la lectura, había cola para un reglazo. Con una regla de madera.
Luego fui a otro colegio privado y allí, aparte de algún caponazo pequeñito y muy muy poco habitual, lo que se estilaba era el castigo cara a la pared.

Mi marido no tuvo esa suerte y los profesores eran los que repartían a diestro y siniestro, con razón o sin razón.

Los libros de texto eran eso: libros. Los dibujos y las imágenes justos. Deberes a tutiplén.
Y por supuesto, nada de reunión de padres ni similar. Mis padres no pisaron el colegio en los 7 años que estuve.
Creo que mi suegro si fue un día porque mi cuñado llegó con la marca de una torta bien dada.

Ahora las cosas son mejores, claro, mucho más claras y sencillas. Pero los resultados no son mejores. No sé si los chavales se han idiotizado con tanta facilidad.

Mi marido me habla de las tareas de campo. Antes, para quemar leña, se hacía un agujero y ya está. Ahora eso está prohibido, claro, porque es un peligro. Pero antes, sí se hacía. Y con viento o sin viento, que da igual.

Caminar: este gran deporte  que nosotros, de pequeños no lo considerábamos como tal. Pero las pateadas te las pegabas igual. Basauri está en cuesta. Sagunto es llano. Los de Basauri teníamos las piernas bien firmes a base de subir y bajar por las pendientes.
Mi marido era más de extensión que de pendiente. Sagunto es muy grande. Y las palizas a caminar se hacían con pipas y amigos.
Y si el sitio al que ibas era la casa de un amigo que no tenía ascensor, te tocaba trepar.
Ahora, necesitan el coche hasta para ir al lavabo.
Mi hijo, ayer vino de Quart (un pueblo cerca) y me dice: estoy cansado.

Parezco una abuelita, contando batallas de cómo los tiempos pasados eran mejores.
No eran mejores; nos hacían más duros. Nos acoplábamos a lo que había. Y no exigíamos mucho, porque no teníamos mucho que elegir.

Ahora, hay muchas cosas, mucha tecnología, y poca imaginación. Como se lo dan todo mascado, no le das a la neurona. Está claro.

La culpa no es de la tecnología, sino de no saber usarla. Como todo, en esta vida, la medida es la base de todas las cosas. Hasta el agua en grandes dosis es tóxica.
La tecnología, en moderadas dosis, está bien. Cuando la tecnología impide que la persona disfrute del aire libre, de la vida, ya es tóxica.

Y con esta entrada, mañana mejor, porque tengo para mañana una cosa apetitosa para contar.