Hoy ha sido el bautismo de Rafa en la montaña, una afición que tenemos Juan y yo y que desde hace más de 4 años no practicábamos. Un par de años fue por lesiones, y el resto, porque Rafa era pequeño.
Pensábamos que Rafa no iría bien, pero no: Fue el primero con creces y hablando y riendo todo el tiempo, mientras nosotros echábamos el bofe. (qué asco da hacerse mayor, jajaja)
Desde luego, estábamos muy desentrenados, y según la cuesta se empinaba sudábamos la gota gorda, y me preguntaba seriamente por qué no me había quedado en casita. Mientras, Rafa disfrutaba de lo lindo, y mi perra aún más.
Las paraditas para sacar estas fotos espectaculares hacían que tomáramos un respiro
Esta es la cuesta que llamamos mi marido y yo de las icnitas.
Cuando la vimos por primera vez, todo piedra y con flechitas no pensábamos que pretendieran que subiéramos por ahí. Pero sí, lo prentenden. Y es duro, duro y duro.
Cuando llegué arriba de la cuestita, mi estómago ya no pudo más y tuve un hermosísimo corte de digestión.
Después de vaciar y pensar que me iba a morir en mitad de la montaña, descubrí que estaba la mar de bien, y acabamos la subidita. Yo aún no me creía lo bien que estaba.
Desde siempre, he tenido una capacidad de recuperación excelente, y debe de ser esto lo que hizo que tan chulamente llegara arriba del todo y me pegara unos paseítos mientras el resto de mi familia almorzaba. Yo me limité a beber agua, para recuperarme de la agonía que había pasado.
Esta montañita no es muy alta, pero tiene unas pendientes bastante fuertes. O es que estamos abuelos, porque Rafa estaba tan chulo.
La montaña estaba preciosa. Una combinación de colores, formas, olores......Se te olvidan las preocupaciones diarias.
Yo soy de las que piensan que en lo alto de las montañas, en la paz, está más presente Dios. Tanta belleza no es producto del azar
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