Es otoño, mi estación favorita. Siempre me ha gustado esta estación, donde los colores de los árboles van cambiando y la Naturaleza se tiñe de marrón, rojo,
verde, naranja. Tonos cálidos que anuncian que va a llegar el frío para quedarse. Colores que nos dicen que aún queda algo de calor, que lo disfrutemos y que saquemos del armario los abrigos, gorros y bufandas.
Es una estación para pasear por los caminos forestales, y pisar las hojas secas, que hacen crac-crac, y oler el monte. Cualquier monte es bonito, pero yo recuerdo los de mi tierra, Euskadi, con una sensación de añoranza y cariño.
Lluvia: propia del otoño. Me encanta. Cuando cae mansamente, con suavidad. Me tomaban por un poco chiflada cuando decía que me gustaba salir con mi chubasquero, con el choto (capucha) calado hasta las cejas, y dejar que cayera el agua. Me relajaba mucho y era lo más. La gente no lo entendía, pero está claro que, cada loco, con su tema. Yo era feliz así. Nunca he sido sofisticada. Y ahora, aún me gusta salir con mi impermeable, meter las manos en los bolsillos, ponerme las katiuskas y salir por los caminos de huertos acompañada de mi perra. Huele bien, y ahora, están saliendo las naranjas, y día a día las ves ponerse maduras e invitándote a un refrigerio inmediato (su frescura es innegable).
Me gusta estar en casa y oír la lluvia caer. Y más aún, estar en la cama, y sentir como las gotas chocan contra las casetas metálicas que tienen los vecinos del primero, que repican musicalmente, repitiendo una canción de cuna, con la que te duermes feliz y contenta y relajada a más no poder. Es esta lluvia tranquila, perezosa, que da tanta vida a los huertos, la que más me gusta.
También me fascina, aunque de otro modo, la lluvia torrencial, con tormenta. En Valencia las tormentas son espectaculares. De pronto, las calles se transforman en ríos. Cae la lluvia furiosamente, con estampidos de truenos y luces de rayos. El granizo golpea, el viento mueve sus granos de hielo hasta que los alféizares se llenan de bolitas. Son grandes tormentas, explosivas, que, cuando estás en casa, son todo un espectáculo. Nosotros ponemos las sillas cerca de las puertas del balcón, y nos dedicamos a ver el espectáculo. Seguro que alguno piensa que estamos como para encerrar. Pero es bonito, como una peli de miedo. En casita seguros, y si vemos a alguien pasando corriendo por la calle, hay mayor diversión.
Pero si me quedo con un tipo de lluvia, me gusta la mansa, la perezosa, la que pide perdón por caer. Esta que acompaña mis sueños, mis tardes calentitas en casa, con la manta en las piernas, con mi hijo en el puff, con la perra durmiendo en su camita. ¡Esto es vida!
verde, naranja. Tonos cálidos que anuncian que va a llegar el frío para quedarse. Colores que nos dicen que aún queda algo de calor, que lo disfrutemos y que saquemos del armario los abrigos, gorros y bufandas.
Es una estación para pasear por los caminos forestales, y pisar las hojas secas, que hacen crac-crac, y oler el monte. Cualquier monte es bonito, pero yo recuerdo los de mi tierra, Euskadi, con una sensación de añoranza y cariño.
Lluvia: propia del otoño. Me encanta. Cuando cae mansamente, con suavidad. Me tomaban por un poco chiflada cuando decía que me gustaba salir con mi chubasquero, con el choto (capucha) calado hasta las cejas, y dejar que cayera el agua. Me relajaba mucho y era lo más. La gente no lo entendía, pero está claro que, cada loco, con su tema. Yo era feliz así. Nunca he sido sofisticada. Y ahora, aún me gusta salir con mi impermeable, meter las manos en los bolsillos, ponerme las katiuskas y salir por los caminos de huertos acompañada de mi perra. Huele bien, y ahora, están saliendo las naranjas, y día a día las ves ponerse maduras e invitándote a un refrigerio inmediato (su frescura es innegable).
Me gusta estar en casa y oír la lluvia caer. Y más aún, estar en la cama, y sentir como las gotas chocan contra las casetas metálicas que tienen los vecinos del primero, que repican musicalmente, repitiendo una canción de cuna, con la que te duermes feliz y contenta y relajada a más no poder. Es esta lluvia tranquila, perezosa, que da tanta vida a los huertos, la que más me gusta.
También me fascina, aunque de otro modo, la lluvia torrencial, con tormenta. En Valencia las tormentas son espectaculares. De pronto, las calles se transforman en ríos. Cae la lluvia furiosamente, con estampidos de truenos y luces de rayos. El granizo golpea, el viento mueve sus granos de hielo hasta que los alféizares se llenan de bolitas. Son grandes tormentas, explosivas, que, cuando estás en casa, son todo un espectáculo. Nosotros ponemos las sillas cerca de las puertas del balcón, y nos dedicamos a ver el espectáculo. Seguro que alguno piensa que estamos como para encerrar. Pero es bonito, como una peli de miedo. En casita seguros, y si vemos a alguien pasando corriendo por la calle, hay mayor diversión.
Pero si me quedo con un tipo de lluvia, me gusta la mansa, la perezosa, la que pide perdón por caer. Esta que acompaña mis sueños, mis tardes calentitas en casa, con la manta en las piernas, con mi hijo en el puff, con la perra durmiendo en su camita. ¡Esto es vida!
1 comentario:
Ya somos dos que estamos para encerrar. Aquí apenas llueve, normalmente solo se nubla y no deja caer ni gota, de manera que cuando por fin cae el agua es toda una fiesta (para mí). Un espectáculo inigualable.
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