Es la niebla, que, pertinaz, nos hace invisible nuestro mundo cotidiano.
En lo blanco está el Ayuntamiento, blanqueado por estas nubes que han bajado a vernos
De nuevo el mar, que sí está, pero no lo parece.
Niebla, a la que le gusta quedarse con nosotros. Lleva días asomándose un poco. Hoy ha sido el día en que definitivamente se ha quedado.
Yo las nieblas más profundas que he visto han sido en Vitoria, donde estudiaba. Se producía el fenómeno de nubosidad de estancamiento.
Básicamente es, que Vitoria está en una plana, las nubes llegan, no pasan del puerto de Altube y se quedan en Vitoria. Era curioso, llegabas al puerto de Altube a ciegas, y cuando empezabas a bajar dirección Bilbao, se quitaba la niebla. Podías ponerte en lo alto del puerto y jugar a : ahora niebla, ahora no, balanceándote de un pie a otro.
Por la mañana, siempre que iba a la Facultad, recuerdo los jirones de niebla, como fantasmas, colándose entre los árboles. Tenía un punto de historia romántica, de Bécquer. Faltaba una luna llena y algún espíritu lamentándose de su triste destino.
Más tarde, otra gran niebla fue cuando nos fuimos a Xabier para que mi marido conociera la zona. Un manto blanco que no había faro antiniebla que pudiera penetrar. El esfuerzo mereció la pena, desde luego. Una vez huimos de la niebla, mi marido disfrutó de Leyre, Xabier y Sangüesa.
Niebla, nubes que descienden y remolonean entre nosotros ocultando a saber qué pálido secreto.
Al final saldrá el sol, y descubriremos que todo fue un espejismo
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